Vivimos en un mundo donde correr es la norma: correr al trabajo, a cumplir metas, a buscar estabilidad. Pero hay algo de lo que nadie puede escapar, por más ocupado o exitoso que sea: el tiempo. Y con él, inevitablemente, los cambios en nuestra salud.
Pero aquí va la gran pregunta:
¿Estamos preparados para lo que el tiempo le hace a nuestro cuerpo?
No es el envejecimiento lo que enferma. Es la suma de años vividos sin atención, sin prevención y sin acción. Pensamos en la salud como algo que solo se cuida cuando aparece una enfermedad. Grave error.
La salud no se construye en una sala de emergencias. Se construye día a día, incluso cuando todo parece estar bien. Y mientras el reloj avanza, nuestro cuerpo va registrando nuestras decisiones: lo que comemos, cómo dormimos, si nos movemos, si ignoramos síntomas, si evitamos chequeos.

Una línea del tiempo que refleja más que la edad
A lo largo de la vida, nuestra salud atraviesa distintas etapas que reflejan más que simplemente la edad cronológica. En la juventud, entre los 20 y 30 años, solemos sentirnos invulnerables, lo que lleva a descuidar hábitos fundamentales como la alimentación, el descanso o los chequeos médicos, sin entender que esas decisiones marcarán el bienestar futuro. Al llegar a los 30 y 40, el cuerpo empieza a enviar señales: se ralentiza el metabolismo, surgen molestias y condiciones silenciosas como la hipertensión o el estrés crónico. Muchas veces se ignoran, atribuyéndolas al “envejecimiento normal”, cuando en realidad son advertencias que aún pueden revertirse. Entre los 40 y 50 años, esas señales se transforman en diagnósticos. Las enfermedades crónicas aparecen y la calidad de vida comienza a deteriorarse si no ha habido prevención. A partir de los 50, se vuelve evidente la diferencia entre quienes cuidaron su salud y quienes no. Aun así, es una etapa propicia para transformar hábitos, mantener autonomía y vivir con plenitud, si se actúa con compromiso y acompañamiento adecuado.

Una invitación a actuar, no a reaccionar
La salud no mejora con el tiempo por sí sola. Si no hacemos nada, el deterioro físico y mental es inevitable. Pero si decidimos actuar hoy, si cambiamos el enfoque reactivo por uno preventivo, si dejamos de pensar que “eso no me va a pasar a mí”, entonces sí tenemos la posibilidad de cambiar el destino.
El tiempo seguirá su curso, nos guste o no. La pregunta que queda es: ¿cómo quieres vivir mientras el reloj avanza? Porque no se trata de detener el tiempo, sino de llegar mejor preparado al futuro. Y eso empieza ahora.